De Atlanta a Guatemala y de Guatemala a los Olímpicos de Londres
Por: Rafael Navarro- ENG.
Era una tarde de enero de 2009 y los últimos rayos del sol se reflejaban sobre las cristalinas aguas del lago Atitlán, desde donde aún la claridad del día dejaba dibujar a la distancia las sombras del volcán que lleva el mismo nombre, el que vigilia desde lo alto Ciudad de Guatemala; la lancha artesanal se mecía de lado a lado al vaivén de los vientos y en la cara de Joel había una sonrisa que no lo había abandonado en todo el día.
Joel Paz, estuvo en Atlanta por algunos años hasta el 2008, atraído por las fantásticas historias que contaban prósperos y atribulados viajeros que pasaban por la casa de sus padres en su natal Guatemala, y daban cuenta de la prosperidad y el éxito que se podía alcanzar en el norte, y a pesar de que había ido a la universidad a estudiar periodismo, sin concluir sus estudios, se vino para Estados Unidos en busca del sueño americano.
Atlanta se había convertido en algo así como la tierra prometida desde las olimpiadas de 1996, cuando para concluir los escenarios deportivos a tiempo–aquellos que mostraron la mejor cara de la entonces, insípida ciudad del sur, y la catapultaron como una metrópoli a la que todos querían llegar para ver fluir leche y miel de sus entrañas–, se necesitó de la mano de obra de gente indocumentada, mexicana y centroamericana en su mayoría. Y así empezó Atlanta su carrera con la frente en alto hacia el siglo XXI.
En el año 2000 se hizo el censo que por ley se lleva a cabo cada 10 años y los resultados en el 2001 fueron reveladores y trastornaron la vida del Estado. La comunidad inmigrante y especialmente la latina habían crecido más del 311% entre la década de los 90 y el inicio del nuevo siglo.
Para el 2004, el auge de Atlanta era tanto que las construcciones alborotaban la tranquilidad de los bosques aledaños y en menos de nada le daban paso a lujosos complejos de casas, apartamentos, centros comerciales, calles, caminos y avenidas, y la gente seguía llegando, y todos trabajaban y todos comían, y todos compraban y todos gastaban y todos invertían y todos pagaban sus impuestos, y todos hicieron crecer al Estado y a su capital, antes perdida en los vestigios de lo que el viento se llevó.
Joel Paz, era uno entre millones, llegó con visa, se le venció, tenía un buen trabajo, pero ya las cosas estaban cambiando, en febrero de 2006 el senador republicano Chip Rogers, presentó su proyecto de ley SB-529, o el “Acta de Cumplimiento para la Seguridad y la Inmigración”, la primera ley represiva en contra de los inmigrantes, ya no estaban renovando las licencias de conducir y a Joel le daba pavor imaginar que algún día pudiera ser arrestado.
En su carrera por cumplir su sueño como él pensaba que lo estaba haciendo, Joel se las ingenió como millones lo han hecho para trabajar en lo que más le gustaba: el periodismo deportivo. Hizo parte de un proyecto de periódico dedicado al deporte que pintaba muy bien pero duró muy poco, luego comenzó a trabajar con el periódico La Visión, tiempo en el que ya no se imaginaba huyendo de su propia sombra por el temor que le daba vivir en un país donde por un mínimo error podía caer en una cárcel, su preocupación fue tanta que se dio un plazo para regresar a su país, y así lo hizo sin dudarlo.
En el 2008, Joel empacó sus maletas y se fue casa. Hasta ese momento no había tenido tiempo de vislumbrar su vida en un país con una tasa de pobreza del 52%; una pobreza extrema del 13.3%, y del que el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia –Unicef– advirtió que de los índices de desnutrición crónica que sufre la niñez en el mundo, el 48% afecta a los menores en Guatemala, por encima de su cercana Haití.
Joel, al igual que millones de inmigrantes había dejado de poner sus ojos en lo que él era capaz de hacer con sus capacidades, y como lo han hecho muchos inmigrantes han cerrado las puertas a toda posibilidad de reivindicación para nuestros países a los que nos rehusamos regresar porque, al igual que en la novela de García Márquez, nos hemos creído el cuento de que, esas estirpes condenadas a cien años de soledad no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra, y lo hemos dado por hecho.
Joel, nunca llegó a imaginarse que los grandes logros que la vida le tenía preparados no estaban en una tierra extraña donde ver una patrulla de policías le causaba vértigos y tener que imaginarse durmiendo en la loza fría de una prisión le crispaba los rincones escondidos de su alma, solo quería ser feliz, realizarse como persona, ser alguien, dejar huella…pero lejos de Guatemala.
En enero de 2009 cuando nos reencontramos en su casa de la zona 10 de Ciudad de Guatemala, la vida de Joel no era la misma. Vivía en su país, tenía un trabajo estable en un periódico de circulación nacional; lo trataban bien, estaba contento, cubría deportes; salía de su casa desayunado con un tazón de chocolate caliente, panes recién horneados y huevos criollos, revueltos y cuando regresaba en la tarde lo esperaba una ración no menos apetitosa preparada como lo saben hacer las madres y las abuelas de nuestra tierra; atrás habían quedado los trancones de la urbe; los enredos migratorios, los sobresaltos, las angustias, los temores, la sensación de ser visto y descubierto; la zozobra de quien huye dentro de su propio cuerpo tratando de esconderse de los demás.
Durante los últimos cuatro años Joel ha tenido una carrera brillante. Terminó sus estudios universitarios y se graduó, conserva su trabajo que lo ha llevado por casi todos los países de Centro y Suramérica cubriendo eventos y justas deportivas de toda índole, todo eso sin deberle la vida a nadie, en su país, haciendo patria con su gente.
En estos momentos, Joel tiene en sus manos el tiquete de avión que lo conducirá a Londres, Inglaterra, donde por espacio de un mes estará cubriendo los Juegos Olímpicos que se inician el próximo 27 de julio; desde distintas ciudades del Reino Unido acompañará a la delegación olímpica de su país, un honor que no se hubiera ganado en Estados Unidos partiéndose el lomo como lo hacía en busca del gran tesoro del Tio Sam, del que muchos le habían dicho conocer sus coordenadas exactas.
Recordar a Joel en estos días es grato. Es sentir alegría por el amigo que acompañamos a soñar y al que animamos a retomar su camino de regreso a casa, porque teníamos la certeza de que en su país había cosas mejores para él que debía aprender a descubrir y así lo ha hecho con lujo de detalles.
“Quizá cuando vuelva de allá me tome unas vacaciones”, nos dijo a través del teléfono, cuando acababa de culminar los entrenamientos a los que fueron sometidos los reporteros de Guatemala que estarán en Londres, en su mente también tiene continuar una maestría y otros proyectos que seguramente darán luz a su vida después de las que serán sus primeras y quizá no sus últimas olimpiadas.