Vientos de guerra

 Vientos de guerra

Por: María Isabel Pérez

Estaba en Bulgaria en momentos en que Rusia decidió cruzar la línea fronteriza con su vecino Ucrania e invadir su territorio con el pretexto de una “operación militar especial” dado el conflicto de la región de Donbas, donde fuerzas pro-rusas han decidido reclamar su independencia y adherirse al gobierno de Moscú.

Luego de que Vladimir Putin tomara a la fuerza la península de Crimea que es reconocida internacionalmente como parte de Ucrania, hace 8 años este país ha vivido un constante conflicto con la poderosa nación, pero las últimas tres semanas han sido desastrosas por la arremetida del ejército ruso en diferentes frentes y que ha provocado un éxodo masivo de la población no vista desde la segunda guerra mundial.

Decía que estaba en el este europeo atendiendo un asunto familiar, cuando vi en las noticias como el convoy militar ruso ingresaba sin ser invitado a suelo ucraniano. Aunque me parecía obvio el desenlace de algo de lo cual se había estado hablando desde algunos meses, no me cabía en la cabeza que se diera con la magnitud como lo estamos viendo.

Por supuesto mi familia en América comenzó a inquietarse por mi presencia en esa parte de Europa, que, aunque no estaba inmiscuida en el conflicto, podría verse afectada por el flujo de pasajeros por la creciente cancelación de servicios aéreos desde y hacia Rusia, ni que decir de la inexistencia de vuelos desde Ucrania.

Y así pasó. Inicialmente tenía previsto viajar en lista de espera como parte de un beneficio personal que tengo con una aerolínea europea. Antes de la guerra todo parecía estar bien. Sin embargo, tras el ataque ruso, en los días siguientes los vuelos desde esa región comenzaron a llenarse de la noche a la mañana. 

Supongo que de manera temprana cientos de ucranianos comenzaron a salir en todas las direcciones presagiando lo peor. Por lo anterior y ante el temor que las cosas se complicaran y por sugerencia de mi familia, decidí reservar un boleto de última hora para salir de Rumania, vía Suiza a Londres y de allí a Canadá. 

El tránsito desde Bulgaria a Bucarest lo hice por tierra para luego abordar los vuelos que me traerían a casa. No tuve ningún contratiempo, aunque en cada cruce de frontera pude percibir una tensión en el ambiente. 

En tiempos normales, ese viaje de regreso hubiera sido una aventura y lo habría disfrutado. Pero confieso, ha sido el más estresante de mi vida. 

Aun cuando tenía un puesto asegurado en un avión y estaba regresando a mi hogar, no podía evitar sentir esos vientos de guerra que soplaban y barrían consigo todo sentimiento de seguridad. 

Esa era yo en ese momento, llevada más por el sentimiento de incertidumbre humana que nos embarga cuando no podemos controlar las cosas. ¿Qué podrían sentir entonces los propios ucranianos viviendo el drama de la guerra en carne propia? Sentí vergüenza de mí misma. 

Estoy segura de que, desde nuestra comodidad y privilegio, no nos alcanzamos a imaginar lo que viven los afectados de la guerra. 

Quedarse y luchar o huir hacia lo incierto, es un dilema que millones de personas se enfrentan a diario no solo en Ucrania sino en otras regiones del mundo afectadas por los conflictos armados.

Me duele lo que sucede en Ucrania, ver una nación atacada. Sus residentes desplazados y hoy refugiados, es una muestra más que la guerra no resuelve los problemas, sino que deja huérfanos y arruina sueños y esperanzas. 

Hoy, casi 3 millones han escapado especialmente mujeres, niños y ancianos, sin saber si podrán algún día regresar. Incluso rusos están escapando de su propio gobierno temiendo represalias por estar en desacuerdo con esta guerra y desconociendo sí serán aceptados en sus destinos. Otro drama que se desprende del anterior.

Esa es la guerra, que aunque cambie de bandera y de territorios es igual de cruel, triste y sangrienta. Hoy estamos saliendo de una pandemia, quizás para entrar en un terreno mucho más peligroso e impredecible. 

Editor

Rafael Navarro, es Comunicador Social- Periodista de origen colombiano, ha trabajado por más de 30 años en medios de comunicación en español, tanto en Colombia como en Estados Unidos, en la actualidad es editor del periódico El Nuevo Georgia.

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