Cómo Chávez escogió al nuevo Papa

 Cómo Chávez escogió al nuevo Papa

Por esas extrañas cosas de la vida, yo estaba en el río Ganges en la India mientras el gobierno de Venezuela hacía planes para embalsamar a su caudillo, Hugo Chávez. El contraste no podía ser mayor: en la India entendían que el cuerpo no es lo importante mientras que en Venezuela pretendían que el cadáver de Chávez fuera preservado para la eternidad (y, de paso, para tratar de ganar las elecciones presidenciales del 14 de abril).

Las ceremonias de cremación en el Ganges son impresionantes. Vi dos. Son pocas las familias hindúes que pueden darse el lujo de pagar unos 200 dólares y llevar el cuerpo de su familiar a la ciudad de Varanasi para la cremación en menos de 24 horas, como dice la tradición.

El cadáver es incinerado con unos 300 kilos de madera seca; los hombres boca arriba y las mujeres boca abajo. Al final del proceso, las cenizas y los huesos son tirados al río. Aunque a mí me tocó ver como una vaca (sagrada) se comía alegremente los restos grisáceos y calientes de un recién cremado.

No hay lágrimas (consideradas como un contaminante de la ceremonia religiosa) porque existe la convicción de que el muerto reencarnará en una vida mejor o que, finalmente, se irá a la felicidad permanente del nirvana. Para los hindúes la vida y la muerte es como el Ganges, siempre fluyendo, siempre en movimiento, es un ciclo que no se detiene.

Para los chavistas, en cambio, la muerte de su líder fue el fin del mundo. Eso es lo que pasa con los dictadores y los caudillos; se sienten indispensables y, cuando faltan, sus seguidores no saben qué hacer. Así que a los chavistas se les ocurrió la más infantil e inverosímil idea: no dejemos morir a Chávez, embalsamemos su cuerpo, hagámoslo eterno y, al mismo tiempo, que nos ayude a mantener el poder (usando su imagen, sin parar, para las próximas votaciones).

Pero hasta los embalsamados se hacen chiquitos. Lenin, en la plaza Roja de Moscú, me pareció del tamaño de un niño. Y Chávez, embalsamado o no, se iría haciendo chiquito también, física y simbólicamente. Esos gritos de “vivirás para siempre” solo se dan en los funerales. Luego, los gritos desaparecen y hasta los personajes más trascendentales de la historia recobran su dimensión humana. Ahí están Lincoln y Ghandi de ejemplo, dibujados en toda su fragilidad por Hollywood.

La idea de embalsamar a Chávez y convertirlo en show mediático y electoral chocó, seguramente, con los deseos de algunos miembros de su propia familia y de su círculo más cercano. Así que encontraron una vaga excusa científica –que ya era demasiado tarde para embalsamarlo- y enviaron su féretro al museo 4 de febrero. Pero ahí no quedó la historia.

Está claro que Nicolás Maduro no puede ganar la presidencia sin Hugo Chávez. Maduro, sin Chávez, no es nadie. Está ahí por dedazo. No hubo ninguna elección para escogerlo. Tampoco es presidente temporal y candidato por méritos propios. Está ahí –hay que reconocerlo- porque Chávez quiso y punto.

El talento de Maduro ha sido el reconocer que todo se lo debe a Chávez y que sin él no ganará las elecciones presidenciales del 14 de abril. Por eso, primero trató de embalsamarlo y hacerlo eterno. Y cuando ese plan le reventó en las manos, se inventó otro: convertir a Chávez en un santo.

Maduro, sin ninguna pena, anunció que la selección del argentino Jorge Mario Bergoglio como nuevo Papa había sido motivada por el propio Chávez.

“Nosotros sabemos que nuestro comandante ascendió a esas alturas, está frente a frente a Cristo, y alguna cosa influyó para que se convoqué a un Papa sudamericano”, dijo Maduro. “Así nos parece.”

Maduro –en aparentes alucinaciones o con convicciones religiosas muy peculiares- aseguró, también, que Cristo le habla a Chávez muerto y que, desde las alturas, el comandante aún decide lo que pasa aquí en la tierra. Es decir, si Chávez decidió que un argentino iba a ser el nuevo Papa, sin importar lo que votaran 115 cardenales en el cónclave, entonces claramente puede escoger con su dedo divino al ganador de las elecciones presidenciales en Venezuela.

Maduro, en su pensamiento mágico, se ha inventado a un Hugo Chávez santificado, milagroso, compinche de Jesucristo y, lo más importante, que lo va a ayudar a ganar la elección. En sus presentaciones públicas Maduro sorprende al hablarle a Chávez como si estuviera vivo e incluso le ha prometido ganar con más de 10 millones de votos.

Chávez, para Maduro y para los chavistas más recalcitrantes, no ha muerto. El problema para ellos es que si reconocen que Chávez murió, sus carreras políticas también morirán. Por eso han tratado de mantenerlo vivo –embalsamándolo y, luego, haciéndolo un santo milagroso.

Tarde, muy tarde, los chavistas se darán cuenta de lo obvio: que los muertos están muertos. Pero por ahora está claro que los chavistas no son hindúes ni van a dejar que su caudillo se convierta en cenizas.

En la única reencarnación que quieren creer los chavistas en estos momentos es en que Chávez se reencarne en Maduro. Pero eso es físicamente imposible: hay mucho Chávez en tan poco Maduro.

Jorge Ramos

Jorge Gilberto Ramos Ávalos, es un periodista y autor mexicoamericano. Considerado como el presentador de noticias en español más conocido en los Estados Unidos, se le conoce como "El Walter Cronkite de América Latina".

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