“Solo tengo este corazón que sigue andando”

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Por: Rafael Navarro- ENG.

Por momentos, hay destellos de luz que alumbran los ojos de Ignacio, por momentos, los destellos se van y su rostro ensombrece nuevamente, estar con él frente a frente es ratificar que más allá de las adversidades hay llamas de esperanza, y detrás de cada rostro afligido por el dolor, el anhelo de mejores amaneceres, Ignacio es el fiel ejemplo de todo ello.

El 4 de diciembre de 2012, este joven que solo el día anterior había cumplido los 22 años, se encontró de frente con la muerte, pero le ganó la batalla. Le faltaban unos 700 pies para llegar a su casa cuando un automóvil se le atravesó en el camino y de ahí en adelante su mundo se apagó, para volver a ver la luz casi tres meses después.

El 28 de febrero de 2013, Ignacio Montoya de origen cubano, estaba viendo otra vez la luz del sol, pero recordaba muy poco. No sabía cuánto tiempo había estado dormido, y mucho menos se imaginaba lo que vendría después. Su primera reacción al despertar, fue tratar de moverse, pero pronto llegó a darse cuenta que eso, por el momento, no le iba a ser posible.

Luego, entraba a un laberinto de preguntas que poco a poco le fueron despejando la mente, hasta llegar a entender la magnitud de lo que le había ocurrido.

Sus mejores momentos

Ignacio es huérfano de madre desde los 5 años, pero eso no le impidió ser un chico normal y tener sueños muy grande, como el llegar a ser piloto y más tarde hacer parte de la Agencia Aeroespacial de Estados Unidos—NASA-, “No era solo un sueño, era mi sueño, la meta que siempre tuve”, dice.

Se graduó de Brookwood High School en Snellville con notas que le permitieron acceder a becas universitarias, con las que asistió a Georgia State University y Georgia Tech. “Nunca he tenido que pagar ni un dólar por un libro, porque me gradué con buenas notas” recuerda, su GPA, es de 3.7, y siempre ha sido un alumno aventajado.

Su relación personal con la Fuerza Aérea de Estados Unidos comenzó como un Cadete, contratado cuando hacía su primer año de universidad en el Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales de la Reserva de la Fuerza Aérea, asistió a la Universidad Estatal de Georgia y se matriculó también en el Instituto de Tecnología de Georgia—Georgia Tech.

“Ahí hice mi primer año de estudios Aeroespaciales y posteriormente fui nominado como uno de los más distinguidos y uno de los pocos elegidos, para ser piloto de la Fuerza Aérea”, recuerda, mientras hilvana en su mente cada detalle.

“Tomé el papel, las responsabilidades y los objetivos de convertirme en un oficial de la Fuerza Aérea con todo el corazón y absolutamente volé con él”, narró en una carta que escribió contando su historia.

Su carrera era ascendente cada día. Montoya recuerda que cuando quiso inscribirse para piloto la oficial de reclutamiento de Georgia Tech le sugirió que se inscribiera en una carrera alternativa, porque el cupo para llenar es poco, y los aspirantes son demasiados y cada semestre se queda la mayoría.

“Solo el uno por ciento del cinco por ciento son seleccionados pilotos me dijeron, y yo estuve entre ese uno por ciento, porque fui seleccionado entre los cinco de esta región y todo el país”. Dice que ese día lloró por dentro de felicidad, porque desde los 5 años siempre quiso ser piloto.

De ahí en adelante, ocupó el puesto número 1 como cadete en su segundo año y cadete del mes en más de una ocasión, sirvió como capitán de la guardia de honor durante tres años, fue comandante de la clase en la sociedad Aire Arnold, como enlace de servicio comunitario; además fue galardonado en dos ocasiones por sus logros académicos estando 5% superior a los de su clase, entre otros.

Esto le ayudó a convertirse en miembro de varias organizaciones universitarias, incluyendo el Yellow Jacket Flying Club para obtener su licencia de piloto privado y por último, completó todo su entrenamiento físico de vuelo en Wright-Patterson AFB en Dayton, Ohio.

Sus planes son muy grandes

Debido al accidente que sufrió, Montoya tuvo serias complicaciones de salud que comprometieron su movilidad, hoy solo puede mover su brazo izquierdo y del cuello hacia arriba, el espacio en su espina dorsal que quedó sin afectar fue tan mínimo, que pocos milímetros más y queda en estado cuadripléjico, según le dijeron sus médicos.

“Mi único objetivo era devolver a esta hermosa nación un poco de lo mucho que le había ofrecido a mi familia…como una forma de agradecimiento por la bienvenida con los brazos abiertos a mi familia hace muchos años cuando vino de la oprimida isla de Cuba”, recuerda.

Pero hoy, las cosas han cambiado, a pesar de que el joven estuvo cuatro años en el programa de la Fuerza Aérea, y que la misma noche del accidente venía de una ceremonia de graduación vistiendo su uniforme de gala, todo parece indicar que no tiene derecho a los beneficios que se ofrece a los veteranos de esa institución.

“Me dijeron que porque yo no estaba en la academia no calificaba para los beneficios de veterano, pero otras organizaciones como los Veteranos Paralizados de América me dicen que desde que estaba con el uniforme porque venía de un evento de la Fuerza Aérea cuando ocurrió el accidente, desde luego que reúno los requisitos, además y habiendo entrado como cadete contratado con una beca de la Fuerza Aérea durante casi 4 años y el cumplimiento del número de días necesarios definitivamente me hace un veterano”.

Pero no lo es en la práctica. Por eso Ignacio lleva casi siete meses sin estar sometido a las terapias que requiere para que su situación de salud no se siga agravando, y pierda el dos por ciento de esperanza que le dieron los médicos para volver a caminar.

“En mi destacamento han sido maravillosos en ayudarme emocionalmente sin embargo no he sabido qué camino o dirección tomar para lograr acceder a los servicios de veterano, y tener una mejor calidad de vida”.

Busca ayuda y solidaridad

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Por esas cosas de la vida, Ignacio ahora vive solo, tiene que pagar su apartamento, los servicios, preocuparse por su estado de salud y tratar de mirar todas las formas posibles de salir adelante. El año pasado regresó a la universidad, pero le ganó la depresión y terminó retirándose, es consciente de que requiere una forma más adecuada de movilizarse que la simple silla de ruedas.

También requiere aparatos de gimnasia terapéutica y una silla especial para aliviar la circulación de la sangre, los espasmos y los frecuentes dolores. “Necesito recuperar el movimiento en el brazo derecho que está empezando a atrofiarse junto con mis piernas”, dice y anota más tarde.

“Ni siquiera tengo una manera de llegar a los hospitales a las sesiones de terapia, las visitas al médico, o incluso la universidad para terminar mi último semestre y obtener mi título en negocios”

La meta que tiene Ignacio son cuatro años de dedicación, devoción y determinación para convertirse en un piloto de la Fuerza Aérea en el grado de Teniente y cumplir sus sueños de la infancia, para servir a la que considera su nación.

“Mis planes están más grandes de lo que caben en mi cabeza, mucha gente llegó a pensar que no iba a llegar ni siquiera así de cerca”, dice el joven, mientras ha mandando a traer el traje azul con las insignias de la Fuerza Aérea que traía puesto la noche del accidente.

Al lado de su cama, dentro de un closet, está el casco que ayudó a salvarle la vida, y que muestra las señales de lo mortal que pudo haber sido el impacto entre la moto que conducía el joven y el carro de la mujer que se le atravesó al hacer una izquierda sin tomar las precauciones debidas.

En otro cuarto está su casco de piloto, las fotos de sus graduaciones, placas de reconocimientos y diplomas que lo certifican como un alumno aventajado y en todo el ambiente está su vida, sus sueños y sus insoportables dolores, los que el joven dice, haber aprendido a soportar con fuerza de voluntad.

“Nadie soportaría estos dolores…” dice en un momento mientras toma aire, respira y trata de acomodarse en el estrecho espacio de su silla de ruedas, pero al instante retoma su carácter.

“Hoy en día sigo siendo ese soldado que saluda su bandera, que sirvió incondicionalmente por su bandera y que llevó con orgullo a las altas ceremonias esa bandera. Pero en este momento de extrema necesidad, soy ese soldado que viene debajo de tal bandera a pedir ayuda a su comunidad…” dice mientras guarda un momento de silencio.

“No tengo terapias, no tengo un seguro, no tengo nada…solo tengo este corazón que sigue andando…”

Ayuda para Ignacio

Para ayudar a este joven a comprar dos aparatos especiales que requiere para tener una mejor calidad de vida, puede hacer sus donaciones a la cuenta de Bank of America: # 334014624779 a nombre de Ignacio Montoya, o llamarle al: (404) 574.0094 o escribirle a: Ignaciomontoya@rocketmail.com

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Editor

Rafael Navarro, es Comunicador Social- Periodista de origen colombiano, ha trabajado por más de 30 años en medios de comunicación en español, tanto en Colombia como en Estados Unidos, en la actualidad es editor del periódico El Nuevo Georgia.

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