Reflexión sobre mi visita a Líbano

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Por: Kevin Amaya, especial para El Nuevo Georgia

Desde el 2011, la crisis humanitaria que afecta a Siria ha estado progresivamente empeorando. Con más de 190,000 muertos, 9 millones en necesidad de asistencia humanitaria, 3 millones de refugiados, y 6.5 millones desplazados internos, la comisión de refugiados en las Naciones Unidas considera la guerra Siria “el conflicto más peligroso de este siglo”.

La población joven de Siria ahora llamada “la generación perdida” lleva 3 años sin una educación escolar formal. Y lo horrendo no termina aquí, cada día el promedio de las personas que huyen de la violencia para pedir refugio en países cercanos alcanza la cifra de 9,000.

Al conocer estas cifras sentía que me alejaba de la capacidad de entender y compartir el sentimiento de la gente Siria. Mi deseo era no solamente sentir lástima por las desgracias que pasaban sino compartirlas y poder ayudar.

Este deseo me llevó a tener la experiencia única de viajar a Líbano desde Atlanta para compartir tiempo con refugiados sirios. Mi estadía fue de 10 días donde conocí activistas que trabajan en la lucha de la revolución Siria y más importante fueron los 4 días que ayudé con la organización sin fines de lucro “Project Amal ou Salam” (Proyecto de esperanza y paz) quien en esta ocasión llevó a cabo talleres educativos para los niños en los campos de refugio dentro del Valle del Beqqa (10 minutos de la frontera con Siria) y dentro el campo de “Shatila” en la capital, Beirut.

Junto con 30 voluntarios de todo el mundo, compartimos con más de 1,000 niños. Líbano tiene el porcentaje más alto de refugiados sirios que cualquier otro país.

A pesar del inmenso calor y la fatiga de jugar con tantos niños, con una energía imparable, el aspecto más desafiante de mi trabajo fue hacer frente con mis sentimientos en momentos que me acordaba del sufrimiento que habían tenido que soportar los últimos 4 años de guerra. Y saber que la mayoría de los pequeños refugiados han vivido horrores que muchos adultos no podemos ni empezar a imaginar me sigue atormentando.

Pero en vez de compartirles los aspectos más oscuros de mi viaje, me gustaría hacer énfasis en las historias más profundas, brillantes y luchadoras de los niños sirios. Porque estas son las historias que transcienden de las estadísticas a su corazón.

A veces nos encontramos con la difícil tarea de ver en las peores atrocidades lo bello que ofrece la humanidad. Por ejemplo, ver a un niño el primer día del taller con quemaduras grotescas en su cara y cuerpo saltar, correr, cantar como un niño cualquiera es simplemente maravillaste e inspirador.

Antes de seguirle contando es importante saber las condiciones en las cuales viven los refugiados. En el campo de refugio en el Valle del Beqqa es muy difícil tener acceso a agua limpia, y la comida es escasa, como consecuencia, muchos sufren desnutrición, hambre y enfermedades. Tristemente en varias ocasiones vi a niños y niñas que no comían por llevar la comida de regreso a su familia.

El primer día, a la hora del almuerzo, me senté bajo un árbol en una milpa que ya había sido cosechada por un grupo de 5 niños de 6 a 7 años, quienes furiosamente comían. Luego de sentarme vieron que yo no tenía comida (porque los voluntarios comían de último) y el primer instinto de ellos fue ofrecerme de su pita con humus. Quizás para ellos no tenía significado este acto, pero a mí me conmovió como una personita sin nada me podía ofrecer tanto.

De todos los momentos, hubo uno en particular que me marco. Durante los talleres del día los niños alternaban por grupo entre diferentes estaciones donde participaban en actividades distintas como, fotografía, arte, música, o deportes. Cada grupo se elegía por edades y esa mañana el primer grupo que llegó a mi estación de deportes, fueron los niños y niñas de 5, 6 y 7 años.

Un niño en especial me atrajo la atención por su energía y sonrisa radiante y contagiosa. Su estatura me llegaba a la cintura, sus ojos claros, pelo café, su carita llena de tierra, ropa demasiada grande y una voz dulce, como la que se espera de los niños de esta edad. Luego, al terminar el día alrededor de las 5, este niño regresó a buscarme en mi estación.

Desde que se fue de mi estación a las 10 de la mañana había pasado por cuatro otras estaciones, había conocido a todos los voluntarios y aun así se acordó de mí. Simplemente ese detalle me derritió.
Con puras señas le pedí que nos tomáramos una foto, y otro voluntario que habla árabe e inglés nos tradujo nuestra conversación. Primero me dijo que mañana que el viniera me iba traer un regalo, le respondí que mañana ya no regresaba.

“¿Por qué?” me respondió, “Porque mañana ya me voy a mi casa.”, le dije yo. Y después él me respondió con las palabras que para mí reflejen el grito de toda Siria, “Nunca me olvides” me abrazó, y salió corriendo.

Editor

Rafael Navarro, es Comunicador Social- Periodista de origen colombiano, ha trabajado por más de 30 años en medios de comunicación en español, tanto en Colombia como en Estados Unidos, en la actualidad es editor del periódico El Nuevo Georgia.

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