Una historia andina, para una ocasión andina

 Una historia andina, para una ocasión andina

Nos complace publicar la historia que el joven peruano de 20 años, Ivar Lazo, nos hizo llegar para ganar entradas al concierto “Navidad Andina”, que ofreció a finales de año el grupo Apu Inka.

“Cuando era pequeño, solía acompañar a mi mamá Libia al mercado. Comprábamos de todo para todos. Las papas huaro de mami, las habas de mi tía Luchita, manzanas verdes para mi papá, y el arrocillo para el tofi, un perro callejero quien se había convertido en el engreído de mi madre.

Mi obligación, por ser el menor de la casa, consistía en cargar todas las bolsas que pudiera para facilitar el trabajo de mi abuelita. Después de tres o cuatro horas de un arduo combate verbal para rebajar los precios de los comerciantes, regresábamos a casa.

En el camino nos deteníamos en la plaza de armas para tomar una gaseosa y descansar nuestros brazos entumecidos por el peso de las compras. Sentados en una de las bancas, presenciábamos uno de los más bellos espectáculos que existían en la ciudad de Arequipa.

Panchito, un ex-alumno de mi abuela se ganaba la vida tocando la quena en plazas y parques. Cuando la gente se aglomeraba a su alrededor, Panchito empezaba a deleitarnos con su arte.

Su colorido traje y las bolitas de su poncho que se movían al ritmo de su cuerpo, añadían sabor y alegría a su música. El aire de sus pulmones le daba vida al instrumento de madera, produciendo las melodías más hermosas que pude escuchar en mi infancia.

Su amplio repertorio variaba entre Huaylas, huaynos, carnavales y yaravíes. Al cabo de media hora Panchito había conquistado a todo su público. Los aplausos de la gente y una ovación,–similar a las que se experimentaba en el estadio cuando el Melgar metía un gol–, no cesaban.

Su público, agradecido por haberles alegrado la mañana llenaba su poncho de monedas. Panchito siempre se acercaba a saludar a mi abuelita. Le agradecía por haberle enseñado matemáticas porque sin ellas no podría contar todas las monedas que recibía. Mama Libia me decía “ya ves que si sirven”.

Por un tiempo le creí, hasta que me confesó que todo era un truco para que memorizara las tablas de multiplicar.

Al escuchar música andina, emergen recuerdos de mi infancia. Las callecitas de Arequipa, la grandeza del Misti, el hermoso clima, la deliciosa comida, los partidos del Melgar, Panchito y aun más, la agradable compañía de mi querida mama Libia.

Hace tres años que su corazón dejó de palpitar y la ausencia de su voz y ocurrencias aun generan una gran sombra en mi corazón. La gente dice que recordar es vivir, ¿Será cierto?

Atte,
Ivar Lazo.

Rafael Navarro

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