No nací un semidiós
“No nací siendo un semidiós, tenía padres humanos. Al nacer, me echaron un vistazo, y decidieron que no se quedaban conmigo. Me tiraron al mar, como si yo fuera nada. De algún modo los dioses me encontraron, ellos me dieron el anzuelo, y me convirtieron en Maui, y regrese con los humanos, les di islas, fuego, coco, todo lo que desearan… pero nunca era suficiente”
Palabras de Maui a Moana- Película de Disney Moana
Como seres humanos tenemos muchas limitaciones y obstáculos que nos corresponde superar, pero quizás uno de los más retadores es sin duda alguna nuestra soberbia.
Nuestra soberbia nos lleva a veces a aislarnos porque nos sentimos superiores a los demás, nos lleva a ayudar a otros porque creemos que los otros son incapaces de hacerlo por sí mismos, o porque necesitamos sentirnos indispensables y ser el centro.
Nuestra soberbia nos lleva a ver a los otros incompletos, débiles que tienen que ser salvados. Incluso puede ser tan alto nuestro grado de soberbia que creemos que los demás e incluso lo divino tiene la obligación de hacer algo por nosotros.
De esa manera vamos creando un mundo donde oramos no para que la voluntad de Dios se haga, sino para que se haga la nuestra: que mi esposo cambie, que mi hijo deje la novia que tiene porque no me gusta, que todo salga como yo lo he planeado.
Afortunadamente, existe Dios que sabe mucho mejor que nosotros mismos lo que nos conviene y no siempre nos da lo que pedimos.
En mi historia personal, hoy en día tengo que agradecer a esas personas que no me aceptaron en un trabajo, o que me dijeron que no, porque ese NO, me dio la oportunidad de ver otras posibilidades profesionales que han traído alegría y armonía a mi vida.
Esa misma soberbia nos hace pensar que somos objetos de envidia, y que por lo tanto debemos protegernos todo el tiempo. La realidad es que no todo el mundo nos tiene envidia, y posiblemente exista uno o dos que lo hacen, pero para enfrentar la envidia no hay nada mejor que la autoestima, la humildad y reconocer en el otro en todo su potencial.
La soberbia nos lleva a pedir y pedir más, a nunca sentirnos satisfechos con lo que tenemos, y no estoy hablando de ser mediocre o ser sumisos, estoy hablando de la importancia de valorar lo que tenemos, de aceptar nuestra realidad inmediata y de agradecer.
Cuando reconocemos nuestra soberbia y damos paso a la humildad nuestra vida se transforma, empezamos a ver mayor alegría, los obstáculos se hacen más fácil de superar y empezamos a disfrutar los regalos que a diario Dios nos ofrece.