Honrando nuestros padres
Una de las bendiciones que me ha brindado el ser madre, es sin duda que me ha ayudado a ser una hija más comprensiva con mis padres. El ver crecer a mis hijos, permitirles tomar sus propias decisiones, acompañarlos en su proceso de independencia económica y emocional me ha llevado a un profundo entendimiento de la gran tarea que llevaron a cabo mi madre y mi padre al cuidar de mi hermana y de mí.
Hoy en día comprendo sus emociones, sus expectativas, sus frustraciones, sus anhelos y sus esfuerzos. Y es que definitivamente ser padre o madre, no es una responsabilidad fácil, es quizás una de los mayores retos que como seres humanos podamos asumir.
El ser padre y madre, va más allá de ser proveedores de sustento, económico, es la oportunidad de ser cocreadores de una nueva vida, es la grandeza de permitirnos amar, traspasando los límites del amor en pareja, es cultivar la inocencia que cada ser humano trae consigo, es el acto sagrado de sembrar principios, valores, y sueños. Es educar personas emocionalmente sanas y sobretodo felices. Sin embargo, este es el ideal que no siempre se da en la cotidianidad.
No todos los padres asumen su rol, muchos descargan sus frustraciones en sus hijos, otros les maltratan, otros les abandonan. En fin, pueden suceder una serie de situaciones donde los padres no cumplen con este papel de ser fuentes inagotables de amor.
En estos casos los hijos no están en la obligación de amar a sus padres como tal, pero si es importante resaltar aquí que independientemente del comportamiento de los padres es válido agradecerles el regalo de la vida, y verlos desde la comprensión, sin juzgarlos. Honrarlos por el simple hecho de ser padres.
Y para aquellos que decidieron ser madres y padres en todo el sentido de la palabra ya sea por ser los progenitores biológicos o por adopción, los hijos no tenemos opción diferente que agradecerles sus cuidados, su entrega y honrarlos.
Al igual que en toda relación, la que establecemos como hijos hacia nuestros padres debe ser una relación sana, basada en el respeto, la autonomía, la ayuda, la solidaridad, pero no desde una lealtad ciega, sino desde una comprensión de su papel en nuestra formación y la admiración por ser eso: Nuestros padres.